lunes, 16 de marzo de 2015

La historia política de los humedales colombianos

En la década de 1960, el abogado cordobés Remberto Burgos contaba en uno de sus libros que en aquellas tierras sinuanas, que a principios de siglo XX estaban cubiertas de ciénagas, “abundan hoy viviendas, platanares, cocoteros, naranjos, mangos y otras plantas. También potreros de yerba admirable, en la que la vista que se pierde en el horizonte […]”. Tumbar monte para “civilizar” no sólo ha significado derribar árboles y maleza. La historia de la expansión agrícola, ganadera y urbana en Colombia, ha sido también la historia del desecamiento, transformación y destrucción de ciénagas, lagos, y otros cuerpos de agua. 

En los tiempos en los que Burgos escribía, los discursos del desarrollo para el llamado Tercer Mundo se convertían en programas concretos de ayuda internacional. En 1949 el Banco Mundial envió a Colombia una misión de expertos encabezada por el economista canadiense Lauchlin Currie, con el objetivo de conocer las principales necesidades del país en materia de desarrollo.  

La Misión Currie identificó la agricultura como uno de los sectores potenciales de desarrollo y progreso. Sin embargo, ese potencial se veía truncado por un factor crítico: una parte considerable de las tierras de vocación agrícola estaba cubierta de agua o se inundaba periódicamente, como sucedía en las cuencas bajas de los ríos Sinú, San Jorge y Magdalena. En 1957 el ingeniero Hugo Vlugter recomendó eliminar 250.000 hectáreas de ciénaga en La Mojana y en 1960, la Misión Currie aconsejó desecar la Ciénaga Grande de Santa Marta en su totalidad. A pesar del detalle en los métodos de desecación propuestos, esas recomendaciones poco hablan de las familias que vivían en estos ecosistemas y que habían construido una economía y una cultura en torno al uso y manejo del agua. 

Probablemente cuando la Misión Currie llegó a Colombia muchas ciénagas ya habían desaparecido por desecación antrópica. Pero a partir de 1949 esta práctica tomó impulso, se tecnificó y se convirtió en una herramienta de la política agropecuaria y de reforma agraria. Laureano Gómez, negando que la concentración de la tierra fuera un problema, planteó en 1961: “Si quieren que haya tierra para los campesinos, el país tiene abundantísimas tierras […] son pantanos pero si se secan pueden redistribuir ahí lo que se quiera, sin perjudicar a ningún propietario legítimo”. Al parecer su sugerencia tuvo eco. Bajo el lema de “adecuación de tierras” el estado colombiano desecó humedales en terrenos inundables en el bajo Sinú y el sur del departamento del Atlántico para asentar allí familias campesinas sin tierra.  

*Alejando Camargo
Investigador externo del Instituto Colombiano de Antropología e Historia
  



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