En la década de 1960, el
abogado cordobés Remberto Burgos contaba en uno de sus libros que en aquellas
tierras sinuanas, que a principios de siglo XX estaban cubiertas de ciénagas,
“abundan hoy viviendas, platanares, cocoteros, naranjos, mangos y otras
plantas. También potreros de yerba admirable, en la que la vista que se pierde
en el horizonte […]”. Tumbar monte para “civilizar” no sólo ha significado
derribar árboles y maleza. La historia de la expansión agrícola, ganadera y
urbana en Colombia, ha sido también la historia del desecamiento,
transformación y destrucción de ciénagas, lagos, y otros cuerpos de agua.
En los tiempos en los que Burgos escribía, los discursos del desarrollo
para el llamado Tercer Mundo se convertían en programas concretos de ayuda
internacional. En 1949 el Banco Mundial envió a Colombia una misión de expertos
encabezada por el economista canadiense Lauchlin Currie, con el objetivo de
conocer las principales necesidades del país en materia de desarrollo.
La Misión Currie identificó la agricultura como uno de los sectores
potenciales de desarrollo y progreso. Sin embargo, ese potencial se veía
truncado por un factor crítico: una parte considerable de las tierras de
vocación agrícola estaba cubierta de agua o se inundaba periódicamente, como
sucedía en las cuencas bajas de los ríos Sinú, San Jorge y Magdalena. En 1957 el ingeniero Hugo Vlugter recomendó eliminar 250.000 hectáreas de
ciénaga en La Mojana y en 1960, la Misión Currie aconsejó desecar la Ciénaga
Grande de Santa Marta en su totalidad. A pesar del detalle en los métodos de
desecación propuestos, esas recomendaciones poco hablan de las familias que
vivían en estos ecosistemas y que habían construido una economía y una cultura
en torno al uso y manejo del agua.
Probablemente cuando la Misión Currie llegó a Colombia muchas ciénagas
ya habían desaparecido por desecación antrópica. Pero a partir de 1949 esta
práctica tomó impulso, se tecnificó y se convirtió en una herramienta de la
política agropecuaria y de reforma agraria. Laureano Gómez, negando que la
concentración de la tierra fuera un problema, planteó en 1961: “Si quieren que
haya tierra para los campesinos, el país tiene abundantísimas tierras […] son
pantanos pero si se secan pueden redistribuir ahí lo que se quiera, sin
perjudicar a ningún propietario legítimo”. Al parecer su sugerencia tuvo eco.
Bajo el lema de “adecuación de tierras” el estado colombiano desecó humedales
en terrenos inundables en el bajo Sinú y el sur del departamento del Atlántico
para asentar allí familias campesinas sin tierra.
*Alejando Camargo
Investigador externo del Instituto Colombiano de Antropología e Historia
Investigador externo del Instituto Colombiano de Antropología e Historia
Mas información: http://www.semana.com/nacion/articulo/la-historia-politica-de-los-humedales-colombianos/391057-3
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